La guerra es el conflicto humano más grave, por sus consecuencias para cualquier ser sintiente, que cobra vidas e impacta brutalmente al ambiente. Opera a través de principios extractivistas, especistas y de profunda discriminación en todos los sentidos. Hoy te vamos a contar sobre sus impactos ambientales y, particularmente, sobre la vida de lxs animales de otras especies. 

Muchxs animales no humanxs mueren en guerras como consecuencia de las explosiones, el fuego y las armas químicas, entre otras formas de ataques que se realizan. Otrxs mueren en manos del ejército contrincante, quien asesina a lxs animales que explota su oponente para privarle de “sus recursos”. También, muchxs animales, que solían ser parte de una familia interespecie son abandonadxs, desplazadxs y sufren hambre, estrés y depresión como parte de la movilización de las poblaciones humanas. 

Pero hay algo aún más atroz: muchxs de ellxs son asesinadxs en prácticas en las que se quiere comprobar el funcionamiento del armamento, prácticas de tiro y maniobras a pequeña escala. También hay ocasiones en que son víctimas de pruebas de armamento a gran escala, como sucedió con los ensayos nucleares a cielo descubierto que realizaron China, Estados Unidos, Francia, el Reino Unido y la URSS, a raíz de los cuales murieron millones de animales. 

Se han utilizado (y explotado) perrxs, gatxs, águilas, delfines, ratas y murciélagxs como bombas o para detectarlas; palomas como mensajeras; burrxs, camellxs, elefantes, yeguas, caballos, entre otrxs, como animales “de carga” o medio de transporte; y, por supuesto, muchxs animales son usadxs como alimento. 

Los daños ecológicos de un conflicto bélico debido a la devastación de los territorios, el entrenamiento militar y la contaminación, tienen un impacto terrible sobre los ecosistemas y la biodiversidad, tanto en términos de la obtención de alimento como de agua potable, para todxs lxs animales (incluída la humanidad). La contaminación bélica es tan grave que al impactar aguas dulces, modifica los ciclos de la lluvia y deriva también en la contaminación de ecosistemas marinos. 

Otra forma de contaminación marina sucede cuando el conflicto está relacionado con el petróleo, y entonces alguno de los bandos opta por derramarlo en el mar antes de que caiga en manos de su oponente, lo que cobra la vida de millones de animales y altera mortalmente los ecosistemas. Por ejemplo, en 2017, en Irak, pozos y oleoductos  ardieron deliberadamente durante meses, elevando columnas de humo negro que, además de contaminar, bloqueaban la luz. 

Los combates, la construcción de bases, las explosiones, la presencia y/o vertimiento doloso de químicos contaminantes y los actos deliberados de sabotaje ambiental contribuyen a la degradación del suelo, lo que deriva en la pérdida de la vegetación (sea silvestre o agrícola). Al respecto se han documentado ampliamente los efectos del uso de agente naranja por parte del ejército estadounidense en la guerra de Vietnam, que no sólo provocó daños generacionales en la salud de animales humanxs y no humanxs, sino que  destruyó ecosistemas enteros. 

Estos impactos también provocan que las especies endémicas pierdan su lugar en la cadena biológica, al ser reemplazadas por especies invasoras como sucedió durante la Segunda Guerra Mundial, con la introducción de un gran número de especies mediante aviones que terminaron desplazando, e incluso extinguiendo, especies endémicas. Cabe decir que aunque esto se consideró «accidental» o efecto secundario, forma parte sustancial del problema en primer lugar, dado que, desde los intereses antropocentristas y opresores, no hay lugar para el respeto a la vida y mucho menos para la reflexión racional sobre los impactos de los conflictos armados. 

La actividad bélica contribuye directamente a agudizar la crisis climática mediante: la alteración del suelo, la explotación de recursos, la contaminación, las invasiones biológicas y el calentamiento global. 

La cultura especista, que acepta opresivamente que otrxs animales son secundarios o simples recursos en la historia de la humanidad, contribuye enormemente al menosprecio (o desprecio) del ambiente y de otras vidas, dando lugar a planteamientos que después se traducen en acciones negativas como las guerras y la crisis climática, que afectan el valor intrínseco de cada animal y sus derechos a la vida y a un ambiente digno. 

Algunas manifestaciones de la cultura especista, dentro del entorno bélico, tienen que ver con el lenguaje. Por ejemplo, recientemente el alcalde de la ciudad israelí de Sderot, Alon Davidi, afirmó que los líderes de Hamás “son animales a los que hay que hacerles daño y matar”. Este enunciado permite observar la justificación de la violencia bélica de un grupo humano sobre otro, desde la falacia argumentativa de que lxs humanxs no somos animales y que otrxs animales merecen crueldad y asesinato. Este desprecio por lo animal también ha justificado violencia racista y sexista durante muchos años y forma parte de la reproducción del especismo desde una moral violenta que coloca lo humano por encima de lo animal, aunque no sea ético y sí sea muestra contundente de la naturaleza violenta del animal humano. 

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Si quieres conocer más sobre el especismo en la milicia te invitamos a leer nuestro artículo al respecto:

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