Soberanía Alimentaria y Especismo

¿Qué tiene que ver la soberanía alimentaria con la explotación de animales?

Consideramos que el consumo de animales en la alimentación y que la explotación de ellxs en las granjas es algo natural que siempre ha ocurrido, pero no es así. La explotación de animales es un fenómeno impuesto por economías externas a México que ha propiciado diversas afectaciones, no sólo a la vida de cada individux animal, sino a la soberanía alimentaria, es decir, la capacidad de un país para producir sus propios alimentos, en el marco de la satisfacción de las necesidades de consumo de sus poblaciones que cancele la compra de alimentos a las naciones exportadoras (y hegemónicas) del mercado mundial. De manera que la soberanía alimentaria se contrapone a las políticas neoliberales que caminen en un sentido distinto al de la soberanía de los pueblos y su acceso justo a la alimentación. Esto implica considerar la autosuficiencia en cuanto a procesos cambiantes y vinculantes entre las distintas escalas locales, regionales, nacionales e internacionales, para fortalecer autonomías y posibilitar la adecuada nutrición desde la valoración cultural y procesos ecológicos, por encima de las exigencias de los mercados y de las empresas.

Hablar de la territorialidad de los alimentos implica reflexionar sobre la soberanía alimentaria, que se presenta como una propuesta práctica para generar bienestar social y comunal contra la imposición de prácticas y políticas que dañan el derecho a la alimentación, la conservación ecológica, el derecho al trabajo digno, la salud y la conservación de prácticas culturales de los pueblos en torno a la producción, distribución y consumo de alimentos en un territorio, pero también para reflexionar sobre la imposición de prácticas de consumo alimentario que implican violencias especistas y ecológicas.

Analizar la problemática cultural, política y económica alrededor de la producción, distribución y consumo de alimentos requiere de comprender el papel que juega en estos problemas la explotación de animales de distintas especies en granjas y zonas de explotación pesquera. 

Pero, ¿por qué no escuchamos sobre estos análisis?

La tendencia de la industria alimentaria ha sido minimizar la discusión sobre las problemáticas que ha generado contra los productores locales, las agriculturas nacionales, la conservación medio ambiental, la salud de lxs consumidores, lxs animales explotadxs, entre otras temáticas de carácter ético que interesan a la demanda de soberanía alimentaria. Una estrategia central para invisibilizar las problemáticas y construir discursos de éxito publicitarios ha sido desvincular al consumidor de su salud, así como desvincular al consumidor de los procesos de elaboración de comestibles, para borrar el entendimiento de que le consumidor(a) es unx agente clave en la discusión alimentaria. 

Distintos procesos de la industria alimentaria que benefician la producción, comercio y consumo de productos con ingredientes baratos y procesados industrialmente, han transformado el consumo de alimentos. Estos se han introducido, facilitado y reproducido gracias a políticas alimentarias y acuerdos económicos reforzados y autorizados por políticas públicas, leyes, reglamentaciones y tratados comerciales en materias de alimentación, salud, nutrición, producción agrícola para la ganadería y consumo de alimentos. Estas transformaciones han supuesto la modificación de la relación de lxs consumidores con sus alimentos y cultura gastronómica, ante la introducción de productos alimenticios procesados, con diferentes aportes nutricionales y presentaciones que cambian la relación con la preparación y consumo de los alimentos, pero que también han afectado negativamente a los medios de producción, la reproducción de la vida y los derechos básicos a la vida y libertad de todxs lxs animales esclavizadxs en granjas o secuestradxs de ríos y mares

¿Quieres saber cuáles son estos acuerdos? y ¿hasta dónde podemos rastrear la imposición de la alimentación con animales en México tal como la conocemos hoy?

En México, las primeras imposiciones que dieron lugar a cambios alimentarios globalizantes datan de la invasión europea, que trajo consigo no sólo esclavxs humanxs de África, sino esclavxs de otras especies, es decir, lxs mal llamadxs “animales de granja” que, previo a la invasión española, no existían en este continente y, por lo tanto, no eran utilizadxs para la alimentación. Tomando en cuenta que en este país no existían los toros, ni las vacas, ni lxs cerdxs, ni las gallinas, el consumo de los cuerpos de estxs animales implica una práctica impuesta por la globalización traída por los invasores españoles. 

Sin embargo, buena parte de la problemática actual puede rastrearse hasta el inicio de la década de los 40 del siglo pasado, cuando fue propiciada la Revolución Verde, que transformó la producción de granos del sistema agrícola mexicano para la comercialización nacional e internacional, para cubrir la demanda de la alimentación de lxs animales explotadxs en granjas. Es durante esta época y las posteriores décadas que se comienza a naturalizar la producción y el consumo de comestibles de origen animal en la población mexicana.

La Revolución Verde se refiere a un modelo implementado en la agricultura con el fin de obtener mayores rendimientos: este nace en Estados Unidos tras las investigaciones para la creación de semillas híbridas. El contexto de instauración de este modelo es el de la producción industrial mediante la aplicación de “enclaves de alta productividad” del gobierno del presidente Manuel Ávila Camacho (1940-1946), quien comenzó su gobierno dando apoyo explícito a la iniciativa privada, teniendo a la agricultura como base del desarrollo industrial. Esto vulneró a lxs campasinxs, dado que no podían competir en este modelo y entonces tampoco subsistir de la producción agrícola, por lo que tuvieron que complementar sus ingresos con otros trabajos y eso propició una gran baja en la producción. 

Con la Revolución Verde, Ávila Camacho y su gobierno proponían un desarrollo tecnológico para la agricultura que favoreció latifundios y propiedades privadas, con objetivos empresariales para incrementar la producción agrícola por medio de la tecnología con bases en la investigación científica, una que no tenía por objetivos favorecer los intereses de los productores locales y que, a la postre, han resultado en afectaciones a: la salud a partir del consumo de alimentos en la actualidad, los intereses de los pequeños productores, las desigualdades entre el campo y las ciudades, la soberanía alimentaria y la reproducción de la violencia especista.

Al no ser procesos justos ni éticos los de la globalización en la alimentación, se presentan conflictos entre grupos debido a la diferencia de intereses y la capacidad de aprovechamiento (o abuso) de lxs agentes sobre los cuerpos, los recursos y los espacios. Lo anterior supone también que el discurso del desarrollo como consecuencia de la globalización no se cumple y que en la mayoría de los casos (sobre todo en los países explotados en América Latina o África, por ejemplo) sólo permanece como discurso y no como procesos reales. De acuerdo con Boisier: “El concepto de desarrollo global es sólo una abstracción construida sobre promedios”. (2007: 214)

Ahora bien, durante el gobierno del presidente López Portillo (1976-1982) se instauró el Sistema Alimentario Mexicano (SAM), como una política que, en función de otorgar beneficios a través de acuerdos comerciales a los Estados Unidos, concretamente para empresas como Cargill y otras mega productoras agrícolas y ganaderas, ocasionó problemas agrotécnicos, luchas burocráticas y alianzas del Estado con empresarios ganaderos. Es decir, es debido a la globalización que se promueve la aparición de otras formas de producción y consumo que reproducen el capitalismo y el especismo.

Ahora bien, la globalización de la industria alimentaria y de los procesos que esta desencadena no es justa ni equitativa, ni sus procesos son deseados por todxs lxs agentes que participan en los mismos. ¿Querrían lxs productores de maíz en México ser forzadxs a cambiar sus prácticas y dejar de ser quienes alimentaban a la población humana? ¿Estuvieron de acuerdo con la importación de maíz de otros países? O, ¿querrán las vacas ser forzadas al cautiverio, la alimentación forzada, la explotación sexual y el robo de sus hijxs para que existan los “productos” lácteos y cárnicos? No perdamos de vista que eran los productos cárnicos y lácteos los que estaban al final de la cadena de producción que justificó los cambios en la industria agrícola. 

Por otro lado, también durante el gobierno de Ávila Camacho, Estados Unidos comenzó a demandar la producción de carne importada de México, lo que significó mayor dependencia de la tecnología para la producción de alimentos para lxs animales explotadxs en granjas (sorgo y soya), así como el cese de la producción de cultivos tradicionales (maíz, frijol y calabaza) de consumo humano, para responder a las demandas de la actividad ganadera. Con la expansión e impulso de la ganadería para cubrir la demanda de carne estadounidense y mexicana (principalmente para la población urbana de estrato socioeconómico medio y alto), surgen problemas para abastecer el alimento de lxs animales presxs en las granjas, por lo que se da lugar a la competencia entre el cultivo para lxs animales y para lxs humanxs, y dado que las políticas y apoyos gubernamentales consideraban más rentable invertir en granos para alimento para lxs animales no humanxs,  mediante financiamientos y créditos, que impulsar la autosuficiencia alimentaria, se optó por recurrir a la importación de alimentos agrícolas para el consumo humano. 

Es en este momento que se pierde la soberanía alimentaria y aparece el viraje en la alimentación de lxs mexicanxs quienes, a partir de la imposición del violento modelo estadounidense, comienzan a producir y consumir más productos importados y de origen animal, los que han dado lugar a las enfermedades actuales presentes en la población, así como a las crisis éticas y planetarias derivadas del especismo.

Por ejemplo, hoy en día, lxs mexicanxs somos lxs principales consumidores de maíz en el mundo. Sin embargo, sólo sembramos el 30% de lo que consumimos debido a que buena parte del cultivo del maíz mexicano es dispuesto para la alimentación forzada de animales presxs en granjas. Ellxs son explotadxs, a su vez, por empresas como Bimbo, quienes venden productos elaborados con huevo, trazas de leche, jamón y otros comestibles ajenos a nuestra cultura gastronómica y provenientes de la explotación animal; además de que ocupan tierras agrícolas para otros cultivos como el trigo, en lugar del maíz, que es autóctono de esta tierra, al contrario del trigo.

La problemática del consumo de alimentos da cuenta de cómo modelos con intereses extranjeros son legitimados por instituciones y discursos extranjeros y nacionales que se implementan en políticas y prácticas nacionales motivadas por el Estado mexicano. Estas prácticas, como los subsidios e incentivos específicos para la producción estatal a su vez, son motivadas por intereses comerciales globalizadores y adelantos tecnológicos que modifican las tecnologías de la industria alimentaria global y los insumos comerciales de la industria alimentaria nacional, como lo es el caso de empresas como Grupo Bimbo. 

Las prácticas que coloquen el control de los alimentos y los sistemas agrícolas en manos de mercados, compañías o gobiernos que anteponen las ganancias a las personas, la salud y el ambiente, que incluye lxs intereses de lxs demás animales, se oponen a la soberanía alimentaria.

La industria y las políticas alimentarias en México tienen intereses contradictorios a la ética. La producción agrícola y ganadera están reguladas según normas que no favorecen la justicia laboral, ni la justicia social, ni la salud humana, ni animal, ni la agricultura libre de agro-tóxicos, lo que daña terriblemente al ambiente y los ecosistemas donde viven miles de animales no humanxs y humanxs, además de dejar de lado la soberanía alimentaria. Esta última en nuestro país ha sufrido graves daños debido a los tratados comerciales con empresas monopólicas y multinacionales como Bimbo, Cargill y Archer Daniels Midland, por ejemplo. Estos daños han significado la transformación de las prácticas de consumo y la relación de la población mexicana con los alimentos y la preparación de los mismos, debido a que se ha modificado la territorialidad de los comensales, es decir, el consumo tradicional, lo cual promueve y naturaliza el especismo en la alimentación.

¿Qué podemos hacer?

Con mucha frecuencia es notoria la ausencia fundamental del consumidor como agente de cambio. Existe un desencadenamiento del individux con su propio consumo, como estrategia para la enajenación y despolitización del consumidor. Comúnmente se habla de soberanía alimentaria desde lxs campesinxs o desde los gobiernos nacionales, pero no desde lxs individuxs consumidores, lo cual es una ausencia en el análisis que permitiría explorar soluciones a la problemática. Buena parte de la solución consiste en no adherirse a las prácticas impuestas por la industria alimentaria y enunciarnos en contra de toda forma de opresión derivada del especismo y la globalización agraria.

Comprender que la publicidad es violencia es parte de la solución, puesto que los medios de comunicación juegan un papel determinante en el consumo de alimentos dado que, de acuerdo con Simón Barquera Cervera, colaborador del Instituto Nacional de Salud Pública, “uno puede estar educando por veinte años a la población y no lograr lo que los recursos de la industria  sí  logran en publicidad”. Asimismo, respecto al abasto y la distribución de alimentos, Barquera Cervera señala que “el entorno es un problema mayor, a pesar de la educación, pues ésta no sirve si no hay posibilidad de modificar las opciones en consumo” (Barquera Cervera, 2016).

Necesitamos exigir cambios en la educación básica y en los derechos a no ser contaminadxs por los discursos manipuladores de la industria alimentaria. Necesitamos exigir con urgencia que las políticas alimentarias colaboren para la soberanía alimentaria y la liberación animal. Es necesaria la generación de campañas de presión contra empresas y en favor de la modificación de las políticas alimentarias con urgencia.

Y, como consumidores y población general, requerimos estar informadxs y dejar de participar de las mentiras de las empresas como Bimbo, Cargill, Kellogg’s, Bachoco, Parma, Walmart y cualquier otra que atente contra el derecho a la vida y a una alimentación local ética, saludable y 100% basada en plantas. 

Adoptar como práctica política el veganismo es imprescindible en la lucha por la justicia y para vivir vidas no opresivas.

Referencias:

  1. Ávila Curiel, Abelardo; Barquera Cervera, Simón; y Díaz García, Rafael (2016), Comentarios a la proyección del documental Dulce Agonía, el 24 de mayo de 2016 en la UAM-X.
  2. Boisier, Sergio (2007), Imágenes en el espejo, México, Universidad Autónoma del Estado de México, pp. 205-228, y 244-261.
  3. Ceccon, Eliane (2008), “La revolución verde tragedia en dos actos”, Ciencias, Vol. 1, Núm 91, julio-septiembre, 2008, pp.21-29, Universidad Nacional Autónoma de México, México.
  4. Corrales, José (2017), Crítica a la Revolución Verde desde el enfoque agroecológico de la Vía Campesina, s/l.
  5. Declaración de Nyéléni (2007), Foro para la Soberanía Alimentaria, 23 – 27 de Febrero de 2007. Nyéléni, Sélingué, Mali. Tomado de http://www.nyeleni.org/spip.php?rubrique3 y sus diferentes hipervínculos en el periodo octubre-diciembre de 2015.
  6. Guzmán Gómez, Elsa (2014), “Soberanía, autosuficiencia alimentaria, campesinos y maíz” ponencia en el IX Congreso de la Asociación Latinoamericana de Estudios Rurales. “Sociedades Rurales Latinoamericanas Diversidades, Contrastes y Alternativas”, 6 al 11 de Octubre de 2014, México, D.F.
  7. Méndez Rojas, Diana Alejandra (2018), El programa cooperativo centroamericano para el mejoramiento del maíz: una historia transnacional de la revolución verde desde Costa Rica y Guatemala, 1954-1963, Tesis de grado, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, CDMX.
  8. Pichardo González, Beatriz (2006), “La Revolución Verde en México” en AGRÁRIA, São Paulo, Nº 4, pp. 40-68.
  9. Spalding, Rose J. (1985), “El Sistema Alimentario Mexicano (SAM): Ascenso y decadencia” en Estudios Sociológicos, “Los alimentos en la sociedad: aportes al estudio interdisciplinario de la alimentación”, El Colegio De Mexico, Vol. 3, No. 8, (May – Aug., 1985), pp. 315-349.

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