Mi nombre es Leo, vivo en Quilpué, Chile, y soy activista anti especista interseccional. Tengo 33 años, y soy madre felina y humana. De mis 2 hijas humanas, una de ellas, BB, es vegana anti especista, y a sus 13 años tiene muy claro que somos iguales que todxs lxs animales con quienes compartimos el planeta.
Cuando BB nació, yo estaba estudiando en la universidad, para volverme profesora de inglés. La Universidad de Playa Ancha es un lugar conocido en Chile por enseñar mucho más que contenidos; en mi caso, me abrió la mente a conocer luchas variadas, y cómo entre todxs construimos un mundo que debemos mejorar. Allí conocí la lucha por la Liberación Animal, y me volví lentamente vegana. Entre mis amistades fue símbolo de burlas, cuestionamientos, e incluso memes, pero luego fueron comprendiendo que mi porfía era más fuerte que sus risas.
Dentro de todo este contexto, fui educando a mis hijas en el veganismo y el anti especismo, y BB, creo que al ser más pequeña, creció asumiendo que es incorrecto poner el placer de otrxs por sobre la vida y la justicia. Recuerdo, por ejemplo, un momento en la cocina cuando estaba sacando las escamas a un pez para dárselo de comer a su hermana, May; BB estaba tan pequeña que apenas podía ver sobre la mesa. Ella me dijo “¿qué le estás haciendo a ese pez?” con voz e incomodidad y miedo. Cuando le dije “le quito las escamas para cocinarlo”, ella dijo “nunca comeré peces, es horrible lo que les pasa”, y en ese momento comprendí que no valía un ejemplo lleno de palabras justas, si los actos tienen injusticia.
Al enterarse que BB era vegana, su lejano padre biológico, su abuela materna, y un par de personas con una autoridad auto proclamada sobre ella dejaron caer sus críticas médicas, nutricionistas, y hasta filosóficas sobre nuestra acción política de quitar la violencia de nuestros platos. “La niña se va a desnutrir”, “los niños necesitan carne para crecer fuertes, para ser inteligentes”, “tú haz lo que quieras, pero a ella déjala decidir”, fueron las palabras más repetidas dentro del espectro de cátedras de “crianza correcta” de niñxs.
Lo que realmente me importó, fue educar a mis hijas de una forma justa, que entendieran que no somos más importantes que lxs animales no humanxs, y que es completamente posible llevar una dieta vegana, una vida antiespecista, y no morir de hambre ni ser tonta por ello.
BB creció en un hogar lleno de animales, todxs rescatadxs, y donde no había ningunx como cena. Siempre ha sido buena para comer, y sus comidas favorita son los sándwiches de seitán que preparo (eso sí, le gusta sólo mi seitán), las papas fritas, el puré con merkén y no-pescado, y la ensalada de tomate con cebolla. ¿Lo más difícil para ella? Era salir al mundo de afuera de nuestro hogar, donde todxs sus compañerxs comían animales, bebían leche de vaca, e incluso iban al zoológico. Ella les conversaba sobre la realidad del consumo de carne y de leche, y a mí me llamaban de la escuela para reclamar porque lxs niñxs no querían seguir siendo parte de esta cadena de esclavitud, mal llamada “pirámide alimenticia”. Entonces comprendí que BB es una líder positiva, que es una persona capazde alzar la voz, y que sólo necesita consecuencia en su vida para seguir aprendiendo cómo generar cambios hacia un mundo más justo.
Con ahora 13 años, luego de un cumpleaños con pizza, y sushi veganos, ella sabe muy bien qué contestar a cada crítica y pregunta (más de una vez ha respondido con ironía y desafíos hacia quienes la cuestionan), y entiende que se puede vivir sin utilizar a lxs demás animales como productos. Entiende que debemos suplementarnos para estar bien de salud. Entiende que el verdadero problema es la normalización de la violencia, y no el dejar de comer animales. Entiende que este mundo es tan injusto, que juzga mucho más a una familia vegana que a una que va todos los fines de semana al Mc Donald ́s. Y todo ese entendimiento la lleva a seguir firme en sus ideales, y a traspasarlos a cualquier persona humana, sin importar edad, credo, género, color de piel, ni idioma. Y además, sabe que con el conocimiento viene la responsabilidad de utilizarlo y cambiar nuestro actuar si es necesario. Ha comprendido que la batalla seguirá, y que su generación tendrá muchas más oportunidades y tiempo para seguir gritando “¡LIBERACIÓN ANIMAL!”